Monday, August 3, 2020

48 Horas En Valencia Por Primera Vez. Enero 2015

Este fin de semana decidí pasarlo en Valencia, destino súper especial y querido porque fue un reencuentro con la familia: Ana y Pedro (sería la primera de mis 3 vistas hasta ahora). Este par había estado en Chile meses antes me recibió con todo el cariño y me mostraron su propia versión de la ciudad (por adopción de la Madrileña), con toda la tradición, la comida, la bebida y  los amigos.

Tomé el AVE en Atocha y luego de una hora y media estaba en la Estación de Joaquín Sorolla, donde me recibieron con abrazos cariñosos y muchos planes para el fin de semana, además de una habitación hermosa (con la a estas alturas famosa cama-come-niñas, que también se intentó tragar a a la Marce cuando estuvo allá).

Como esta visita fue de corte familiar estuve fuera del circuito más turístico de la ciudad, aun cuando los anfitriones diseñaron una ruta perfecta y me llevaron a los puntos imperdibles e incluyeron- además de lo obvio- almuerzos familiares con las hijas y los hermosos nietos de Pedro, salidas a la compra, a comer y de copas con el grupo de amigos de los primos.

Como buen viernes que llegué, ellos habían planificado salir a comer con su grupo de amigos, así que solo cruzamos el Puente de Las Artes y ya! ... llegamos a Marruecos ...  situado en el restaurante más bonito: Dukala, donde además de probar la Bastela Azama, de pollito con canela (más conocida como Pastilla o Pastela Marroquí) y todo el sabor del Ras el Hanout, conversamos y brindamos por el reencuentro y nos pusimos al día con todas las noticias familiares.



La casa de Ana y Pedro es maravillosa, me encantaría subirla completa porque es como el Blog del decorador; mi prima es loca por las restauraciones, por eso el piso entero tiene piezas hermosas, que me recuerdan tanto a la casa de nuestra abuela, pero a la vez con toques modernos que la hacen adorable, el mejor Airbnb del mundo. 



El mesón de la cocina -roja y moderna- siempre tuvo algo delicioso para desayunar o merendar (incluido el sumo de naranjas valencianas), y para el almuerzo  Salmorejo y bacalaos preparados con maestría, el pancito recién comprado en el horno de la calle de abajo y el verdadero Arroz Valenciano desprovisto de todos sus mitos, y cuya preparación pude presenciar y registrar paso por paso.


En el rubro de paseos recorrimos los sectores más importantes de la ciudad, en gratas caminatas. Saliendo de casa sólo cruzamos por sobre los Jardines de Turia que ocupan el antiguo cauce del río convertido hoy en un parque que atraviesa la ciudad y arribamos al Barrio del Carmen.

Esta porción de la Ciutat Vella es milenaria y está llena de detalles encantadores, como la Casa de los Gatos de la calle Museo, que sirve como la más bella entrada a los gatitos que circulan por el lugar.


Pasear por sus calles angostitas es de lo más entretenido, hay muchos restaurantes (uno chileno camuflado "Wena Poh" ) y tiendas bellas. Acá fue posible adelantar un poco lo que  pude vivir al año siguiente  cuando visité la ciudad durante Las Fallas, y por aquí mismo circulaban pasacalles, bailes y muchísima gente vestida con trajes tradicionales.


El barrio está rodeado por antiguas murallas de las que se conservan dos grandes torres, que datan del medioevo. La Torre de los Serrano, es bella por los lados, se puede visitar y es parte del alma de Las Fallas.



Siguiendo la caminata llegamos a la Plaza de la Virgen, emplazada en el antiguo Foro Romano, donde en época de Fallas se sitúa una Virgen gigante, a la cual se le ofrendan flores que empiezan ordenadamente a adornar su capa hasta quedar totalmente cubierta con las más lindas formas. (Muy cerca está uno de mis lugares favoritos el Café de las Horas, que descubriría en la visita del año siguiente)



La Catedral Basílica de la Asunción de Nuestra Señora de Valencia preside la plaza con su fachada circular y Barroca, está emplazada también sobre vestigios romanos y data sus primeras partes del siglo XIII y posteriores del XV.


Su interior es enorme, y conviven su arquitectura exterior con su interior perfecto con pinta de museo, pero a la vez iglesia viva. Se jacta además de mantener obras de arte que van desde frescos del Renacimiento hasta obras del mismísimo Goya.


Pero su joya más preciada es la Capilla del Santo Cáliz. Se dice que aquí se guarda el verdadero cáliz de la última cena de Jesús, que  tras  años de ser ocultado de los musulmanes terminó albergado en Valencia por orden de Alfonso V El Magnánimo. 

Sé que muchos lugares se adjudican la posesión del Cáliz, o el Santo Grial, pero pensar que podría haber estado parada frente a frente a una de las reliquias más buscadas del mundo, y de la pieza más importante de la tradición católica fue muy conmovedor y demanda ponerse a investigar un poco más. (La visita a esta capilla es la única que se paga)



Terminada la parada cultural y previos buñuelos para acompañar, seguimos nuestra caminata  por la Plaza de la Reina hacia el centro, que es amplio, verde y muy ordenado. Recorrimos la enorme avenida con vista a los edificios más hermosos, muchos de ellos con herencia del estilo Art deco.



Una de las visitas más bonitas y novedosas para mí fue la Placa Ronda o Plaza del Clot, que data de 1840, y es invisible desde fuera de sus  cuatro entradas. Esconde un edificio tan habitacional como comercial, en especial del rubro de telas, encajes y pasamanería.



Desde ahí continuamos caminando y dimos con el Mercado Central de la ciudad que es a la vez joya arquitectónica y gastronómica. Data de 1914 y está construido en fierro, pero con coloridos vitrales, que lo hacen de los mercados más bonitos que he visitado.


Su cabida es enorme, hay muchísimos locales todos con brillantes colores de las frutas, fresones, tomates y naranjas, además de productos del mediterráneo y a muy buenos precios. Nosotros compramos algunas cosas para el arroz que más tarde comeríamos en casa. 




Tan solo cruzando está el edificio magnifico de la Lotja de la Seda, que data del siglo XV y se encuentra listada como Patrimonio de la Humanidad de UNESCO desde 1996.

Este edificio es testimonio del siglo de oro de la Valencia Medieval en el que sirvió como sede del comercio mundial (en especial de los textiles, que le da el nombre) de tal entidad que la convirtió en una de las ciudades más prósperas del Mediterráneo y a este edificio de los más esplendorosos de la zona.



Por fuera el edificio tiene decenas de gárgolas y figuras de variadas índoles como ángeles, monstruos y un señor cagando o fornicando con el edificio no se sabe... Ana me contaba que se le conocía como el Caganer y es una más de las muchas figuras que están en poses sugerentes o lujuriosas, probablemente, conforme se señala dada la época del edificio, para aleccionar a los visitantes y alejarlos de los pecados que representan.


Otra salida (que era obvia por las rebajas), mientras Pedro dormía siesta, fue la ida al Nuevo Centro cerca de la casa de Ana, donde conversamos y "vitrineamos" (conjugación verbal que mata de la risa a Ana), sobre todo el Corte Inglés en especial el corner de Sephora, que aún a esta fecha no llega a Chile y que tenía un serum de vitamina C maravilloso de marca propia, que no pude encontrar de nuevo.

Ya el domingo de vuelta al turismo, nos dedicamos a recorrer otra porción insigne de la ciudad y que es realmente una maravilla: la ciudad de las Artes y las Ciencias.

Esta obra del arquitecto Santiago Calatrava (admirado por mi amiga Cathy), data de 1996 y es impresionante por su cabida (alberga el Oceanografic, el Palau de les Arts, Museu de les ciencies, un cine y un planetario) y porque es blanco y hermoso, destacando como si no fuera de este mundo de  tan moderno. 






Es difícil no conmoverse con tal nivel de detalles. Había visto algunas obras de Calatrava en Buenos Aires y Jerusalen, pero eran sólo puentes. Acá su genio se extiende por todo tipo de construcciones que son hermosas en sí mismas, pero se potencian en el conjunto, más aún combinadas con lagunas, paseos y pasadizos, todos espectaculares-.


En Valencia todo es tradición: medieval, de mercaderes como pude ver en la Lonja y de oficios, pero la más insigne de ellas sin duda son Las Fallas, que han lanzado a la ciudad a la fama mundial (que tuve la suerte de vivir de nuevo de  la mano de Ana y Pedro en marzo de 2016), declaradas patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por UNESCO y que habitan en el inconsciente colectivo como una fiesta alegre de fuego y renovación.

Esta tradición se remonta al siglo XVI, cuando cada día 19 de marzo, el día de San José, celebrando además la llegada de la primavera,  los carpinteros del gremio quemaban las piezas que les servían para iluminar los talleres en invierno ... todo en la calle armando una pequeña pira frente a sus talleres.


Esta fiesta que se realiza año a año de casi 20 días de conmemoración  en la actualidad incluyen la Plantá que es la instalación de las obras de arte que hoy son llamadas Ninots - evolución de las piras de antaño- que representan en clave de sátira de los hechos sociales y políticos del año, siguiendo con la Mascletá (gran explosión de petardos) que se realiza a diario en la Plaza del Ayuntamiento, la ofrenda Floral en la Plaza de la Virgen y tristemente termina en la noche del 19 de marzo con la Cremá, cuando se queman todas las fallas, salvo el Ninot Indultat.


Ese día tuvimos la suerte de ver una sesión de fotos de los y las Falleras, quienes honran la tradición año a año con sus hermosos trajes y perfectos peinados, así que nuestro paseo súper modernista se llenó de color y tradición, que hace una perfecta síntesis de lo que me pareció a mí la Valencia actual.



Terminado nuestro paseo y sesión de fotos, nos trasladamos a la Marina Juan Carlos I, que es la Marina de Valencia, y que recuerda que además de tradición fallera y futurismo la ciudad tiene también tradición marítima,   de hecho es el puerto más grande de España y uno de los 5 top de mayor tráfico de Europa.

Caminamos tranquilos disfrutando del sol de invierno, encantados con la inmensidad del Mediterráneo y del movimiento que a esa hora era destinado mayormente al deporte.



Tomamos el aperitivo en uno de los restaurantes de la playa Las Arenas, con vista al enorme Hotel Balneario Las Arenas, y seguimos el paseo hacia la Playa de la Malvarrosa.



Ya regresando al auto encontramos a un conocido: el buque escuela Sebastián Elcano, que ha estado varias veces en mi vecino Valparaíso y que se identifica fácil para los chilenos, porque es gemelo de nuestra bella Esmeralda, con sus 4 palos.


El resto de la tarde nos dedicamos a regalonear y seguir disfrutando de la compañía hasta que llegó la hora de decir hasta pronto (volvería en fallas el 2016 y en verano de 2017) y volver a la universidad a Toledo, así que me fueron a dejar en una sentida despedida a la estación de trenes, desde donde partí feliz y agradecida por poder disfrutar de esta magnífica ciudad y de mi familia Valenciana.


Próximo destino: Matrimonio en Rapa Nui. 3D/2N. Junio 2015


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